El guía continúa: «Ya vemos la sexta sala, y en su centro se encuentra otro tablón. Está escrito con letras bien claras: “No cometerás impudicia ni adulterarás”.
Este Mandamiento que el Señor mediante Moisés dio al pueblo israelita es inconfundible; y consta que entre todos es él del cual resulta lo más difícil a comprender su condición fundamental, para que luego se pueda cumplir con él, perfectamente, desde la base de toda vida.
¿Qué, en realidad, está prohibido por este Mandamiento? Y qué es lo que afecta, ¿al espíritu, al alma o al cuerpo? ¿Y cuál de estas tres potencias de vida es la que no debe cometer impudicia?
¿Qué, además, es la impudicia y qué el adulterio? ¿Acaso la impudicia es el acto sexual entre el hombre y la mujer? Si fuera así, entonces este Mandamiento sancionaría categóricamente toda procreación, porque no prevé excepción condicional alguna; pues dice rotundamente: “No cometerás impudicia”.
Si el coito es considerado como punto culminante de toda impudicia, entonces quisiera ver a aquel que en la Tierra, ante las condiciones dadas, podría engendrar a un hijo sin este acto prohibido. Si es conyugal o extraconyugal, el acto sigue siendo el mismo; y si es practicado con o sin la intención de engendrar a un hijo, el acto también sigue siendo el mismo. Además, el Mandamiento no contiene cláusula alguna que indicara que dentro de un matrimonio legal este acto esté exento de ser considerado como impúdico...
Pero, observándolo bien, a cada uno le tiene que constar que el Señor está interesado en la procreación del género humano - y en una educación sabia del mismo. ¿Pero de qué manera podría el género humano procrearse si el acto de la procreación fuera prohibido bajo pena de muerte eterna?
Bueno, supongo que a cada uno le queda claro que aquí hay gato encerrado...
Ya por propia experiencia cada uno estará consciente de que la naturaleza del hombre ante la observación ningún Mandamiento pone trabas tan eficientes como ante éste... trabas ante las que el hombre tiene que fallar...
Cada hombre que tiene una educación algo decente, poco tropezará con el mantenimiento de todos los demás Mandamientos, pero tratándose de la observación de éste, desde siempre la naturaleza desbarató todos proyectos - incluso los de un apóstol Pablo...
Evidentemente nos vemos ante la prohibición del placer carnal que es inseparablemente unido con el acto de la procreación. Pero si la prohibición afecta sólo al placer carnal y no, a la vez, al acto de la procreación, entonces nos encontramos ante la cuestión si en el caso de la procreación legal hay manera de separar de ella el placer carnal...
¿Quién podría afirmar que los cónyuges legales a la ocasión del acto de procreación no sintiesen, a la vez, el placer carnal? O, ¿dónde están los cónyuges legales en cuyo caso no fue el apetito por el placer carnal que, al menos a la mitad de las veces, los ha incitado al acto de la procreación?
Ahí vemos que, si este Mandamiento que prohibe la impudicia está aplicado al acto de procreación carnal, no sacaremos nada en claro.
O bien debe existir un acto de procreación puro que nada tiene que ver con el placer carnal, o -si tal acto no es comprobable- el acto carnal no puede estar bajo este Mandamiento sino debe ser considerado como cosa espontánea dentro la libre voluntad del hombre, exenta de toda pena.
Tan sólo la necesidad de la existencia de los hombres ya es un factor que se expresa enérgicamente en contra de la prohibición de este acto... al igual que la naturaleza siempre exigente y sin miramientos. Uno puede ser de la condición que sea, pero cuando lega a la edad madura, no será exento de este instinto natural - a no ser que hiciera que le mutilen, matando de esta manera su naturaleza.
De modo que es imposible que este Mandamiento afecte la carne...
¿Qué, si esta ley afectara exclusivamente al alma?
Ante el hecho que el alma es el principio vital del cuerpo y la libre acción de este depende exclusivamente del alma -sin el cual la carne está muerta-, se supone que no habrá científico alguno que pudiera afirmar que el alma no tiene que ver nada con las libres acciones del cuerpo.
Pues, ¡el cuerpo no es sino la herramienta del alma, artísticamente concebido para este fin! Siendo así, ¿qué sentido podría tener un Mandamiento que afectase únicamente al cuerpo que por sí solo no es sino una máquina muerta? Si alguien dio un golpe torpe con un hacha, ¿habrá sido la culpa del hacha o de la mano? Se supone que ni el sabio más extravagante va a decir que hay que atribuir el golpe torpe al hacha...
Asimismo no se puede atribuir el acto de la procreación al cuerpo, como acción pecaminosa, sino únicamente al principio motriz que en este caso es el alma viva. De modo que nuestro examen crítico de este Mandamiento tiene que afectar únicamente al alma que piensa, quiere y actúa en la carne. No obstante, precisamente este, siguiendo nuestro criterio crítico, no tiene que ver nada con este Mandamiento.
Queda a averiguar si este Mandamiento tiene que ver algo con el espíritu...
Pero el espíritu, ¿qué es?
El espíritu es el principio vital del alma que, sin él, no es sino un órgano sustancial etéreo - un órgano que tiene todas las facultades de acoger la Vida, pero que sin el espíritu no es sino un pólipo sustancial etéreo espiritual que continuamente extiende sus tentáculos a la Vida, para chupar todo lo que es afín a su propia naturaleza.
Sin el espíritu el alma no es sino una fuerza polar inánime que lleva en sí un sentido apático por saturación, pero sin tener el menor criterio propio con el que le pudiera quedar claro qué es lo con que se sacia ni para qué le sirve el saciarse. Se puede compararla con un cretino que no tiene otro deseo que él de saciarse... ¿Con qué y para qué?, de esto no tiene la menor idea... Cuando tiene hambre devora lo que esté a su alcance, aunque se trate de mera comida de cerdos.
Ved, así es el alma sin espíritu... Y esto es efectivamente lo que pasa a los cretinos mencionados: su vida transcurre en el contorno de su alma en que o hay un espíritu demasiado débil o, en muchos casos, no hay ninguno.
Para aseguraros que así es, sólo tenéis que echar una mirada al mundo de los espíritus lóbregos...».
«¿Qué son?», preguntan los visitantes al guía.
«Son almas que después de la muerte de su cuerpo continúan viviendo... almas que durante su vida en un cuerpo físico por falta de interés y, frecuentemente también por malas intensiones, han debilitado y oprimido al espíritu en su interior de tal manera que este, una vez en el Más Allá, apenas puede estimular la vida - sin ni hablar de la pérdida de las ventajas que la vida proporciona y las que frecuentemente tienen que quedarse eternamente atrás».
«¿Cómo se comportan estos seres ante los espíritus vivos y bienaventurados en el Más Allá?».
«Se comportan como auténticos imbéciles, es decir, como verdaderos cretinos. Además, frecuentemente son tan deformes que de una forma humana casi ya no queda rastro alguno. En el reino de los espíritus estos seres no poseen más facultades mentales que, con vosotros en la Tierra, los imbéciles.
De ahí resulta que el alma como tal no tiene facultades mentales, a no ser que posea al espíritu -el único al que la libre voluntad está inherente-, con lo que en el fondo es sólo el espíritu que tiene facultades mentales...
Siendo esto evidente, hay que preguntarse cómo y de qué manera el espíritu absoluto podría cometer impudicia... ¿Es que el espíritu pudiera tener avideces carnales? Yo diría que no habría mayor contradicción que si alguien realmente quisiera imaginarse un “espíritu carnal” que inevitablemente tendría que ser material para poder alimentar avideces que forman parte de la materia bruta.
Si un arrestado no encuentra la menor gracia en su detención, tanto menos ilusión el espíritu absoluto encontrará en unir su ente absolutamente libre con la materia bruta, para siempre, y encontrar en ella su placer. Con lo que se ve que un espíritu que comete impudicia es el mayor disparate que un ser humano jamás podría pronunciar.
De modo que se plantea la pregunta qué es la impudicia y quién o qué no debe cometerla, dado que nos ha quedado claro que el cuerpo, el alma y el espíritu como tales no pueden cometerla - según el concepto que hasta ahora tenemos de ella.
Es posible que alguien va a decir: “Pero Moisés, más tarde, se explicó más detalladamente, permitiendo el acto de la procreación exclusivamente al matrimonio legal y bendecido. Pero por lo demás, sobre todo si un hombre casado practicaba este acto con otra mujer casada, dispuso que esto habría que considerarlo como adulterio, con lo que los dos adúlteros incurrían en el castigo de la muerte”.
Esto es correcto, pero disposiciones posteriores no cambian el principio de la Ley, una vez que esta esté promulgada. El que quiere atenerse a la Ley tiene que proceder según su versión original - pero en esta ni la impudicia ni el adulterio están prohibidos de una manera precisa.
Hasta el momento hemos explicado claramente lo que se podría entender por “impudicia”. Pero como todo señala al acto de procreación, es imposible que aquello que hasta ahora hemos comprendido por “impudicia” esté considerado como prohibido por esta Ley.
Supongamos que uno muy experimentado en este tema pide la palabra y dice: “Por la impudicia prohibida se entiende la vil satisfacción del instinto sensual”.
Bien dicho... Pero si un hombre llega a procrear un niño con una mujer cuyo marido es estéril, ¿acaso esto puede ser considerado un adulterio pecaminoso?
Sigo preguntando: Si un joven impulsado por su naturaleza ha engendrado un niño a una joven, ¿es posible que esto sea calificado como pecado de impudicia?
Y más: Si un hombre por su propia experiencia sabe que su mujer es estéril y aun así cohabita con ella porque está bien hecha y le excita, de modo que él evidentemente sólo satisface su instinto sexual, ¿acaso esto le puede ser imputado como pecado de impudicia?
Y más aún: Siempre había incontables seres humanos de ambos sexos que eran bien fértiles y que también tenían una naturaleza que los empujaba... Y también hoy en día hay los que o por razones políticas o porque viven en estrechez no son capaces de casarse. Si gente como esta, doblemente acosada, procede al acto de procreación, ¿acaso peca en contra de esta sexta Ley?
Se dirá: “¡Que ellos sacrifiquen su instinto a Dios, absteniéndose del coito, con lo que no pecarán!”.
Pero yo digo: ¿Que juez podría declarar tal desliz como verdadero pecado? ¿Porque qué mérito tiene el rico ante el pobre que tiene que prescindir de tal felicidad? ¿Es posible que el rico tenga un mayor derecho para procrear descendencia que el pobre? ¿Es que el dinero justifica el acto de procreación, porque el rico puede conseguir una mujer, de manera legal, lo que miles de necesitados no pueden?
Además, todavía se puede preguntar quién tiene la culpa del empobrecimiento de muchos hombres... Seguro que nadie más que los mismos ricos que por sus especulaciones egoístas recogen muchos tesoros que frecuentemente serían más que suficientes para facilitar a miles de necesitados un matrimonio legal... ¿Cómo es posible que, al procrear hijos, sólo el marido rico conste libre del pecado de la impudicia, mientras que el necesitado resulte un burro de carga porque no puede permitirse el lujo de casarse?
¿No sería esto un despiste, como si en la Tierra se definiese un lugar de peregrinación para que allí se pueda recibir una “gracia”, a condición de que nadie debiera visitarlo a pie sino únicamente en coche de caballos muy elegante?
Aquel al que tal mandamiento parece justo debe venir de un mundo del cual incluso el Creador del Cielo y de la Tierra no sabe nada - es decir, de un mundo que no existe en ninguna parte... a no ser que él fuera un delegado de Satanás.
Pero ya vemos que tras todas estas reflexiones no hemos logrado una explicación válida del sexto Mandamiento...».
«Entonces, ¿qué más se puede hacer?», preguntan los visitantes.
El guía les responde: «Os digo que no resultará fácil encontrar el sentido perfectamente válido de este Mandamiento.
Para captarlo, hay que atacar el problema en la profundidad de sus raíces, de lo contrario siempre se arriesgará considerar como pecado algo que no lo es, mientras que algo que realmente es un pecado, considerarlo como legítimo».
«¿Pero cómo se puede encontrar estas raíces?».
«Enseguida las tendremos... Ya sabéis que el Amor es la causa primaria y la condición básica para que las cosas puedan existir. Sin Amor no habría cosa creada, ni nada podría existir. Comparadlo con la fuerza de atracción mutua, sin la cual nunca se habría formado un mundo conforme a la Voluntad del Creador. Aquel que no puede imaginárselo, pues, que entonces se imagine qué pasaría si en un mundo se perdiera toda fuerza de atracción: pues, todos átomos se soltarían los unos de los otros, dispersándose como en la nada.
De modo que el Amor es la base de todo, y a la vez es la llave para todos los secretos».
«¿Pero cómo se puede compatibilizar el Amor con el sexto Mandamiento para que allí resulte una explicación válida?».
«Os digo que nada es más fácil que esto, porque no hay otros actos en el mundo con los que el Amor está tan intensivamente relacionado como precisamente con este al que consideramos pecaminoso por ser impúdico.
Sabemos muy bien que el hombre es capaz de amar de dos maneras diferentes: amar de manera divina - un amor que es contrario al amor egoísta, y amar con amor egoísta - que es un amor contrario a todo Amor divino.
Cuando alguien hace el coito, ahora es la pregunta qué clase de amor fue el móvil. - ¿El amor propio bajo cuya tutela se encuentra toda clase de sed de placeres, o el Amor divino que sólo quiere comunicar lo que tiene, totalmente olvidándose a sí mismo? Ved, ¡ahí ya estamos sobre la pista caliente!
Fijémonos en dos casos: un hombre se entrega al acto sexual por mera sensualidad y otro lo hace con devoción a su facultad de procreación, agradecido de poder transmitir su semen a una mujer para que ella pueda producir un fruto.
¿Cuál de los dos habrá pecado? - Pues, me parece que en este caso no será difícil dar un juicio justo...
Pero todavía vamos a definir más claramente el término “impudicia”.
¿Qué pues es la “pudicicia” y qué la “impudicia”?
Pudicicia es aquel estado de ánimo humano en que el hombre se encuentra libre de toda clase de egoísmo o de amor propio; e impudicia es el estado de ánimo en el que sólo se considera a sí mismo y sólo actúa en su propio favor, olvidándose del todo de su prójimo y sobre todo de la mujer...
En ninguna situación el egoísmo es más vergonzoso que en el mismo acto sexual donde, básicamente, se trata de la procreación del hombre. - ¿Por qué? Porque tal el suelo y la semilla, tal el fruto.
Si la semilla forma parte del Amor divino -con que de la pudicicia- entonces también se producirá un fruto divino. Pero si la semilla es amor propio, egoísmo y sed de placeres -con que el estado impúdico del ánimo-, ¿qué fruto podrá salir de ello?
Ved, ¡ahí tenéis lo que está prohibido por el sexto Mandamiento! Si este Mandamiento hubiera sido respetado, entonces la Tierra sería todavía un Cielo, porque no habría egoístas ni déspotas en ella. Pero los hombres infringieron este Mandamiento ya desde el principio, y el fruto de esta infracción fue Caín egoísta.
De ello resulta que no solamente la erróneamente llamada “impudicia” -a la que mejor se llamaría “sed de placeres”- forma parte de nuestra paleta de pecados a tratar, sino toda clase de sed de placeres, sean las que fueren... pero sobre todo cuando un hombre para sus fines egoístas y lascivas se aprovecha de la mujer de por sí más débil, esto sí, hay que considerarlo como pecado de impudicia...
Como el sexto Mandamiento sólo dice “No cometerás impudicia ni adulterarás”, sin mencionar la fornicación, se podría deducir que esta no está prohibida, porque el sexto Mandamiento no dice: “No fornicarás”».
Por eso los visitantes preguntan a su guía: «Entonces, sea la fornicación lo que fuera, en el sentido espiritual o carnal, en realidad ¿qué es?».
«Es la adopción cómoda del vicio, y eso de la siguiente manera: Con mucha filosofía el hombre pasa por alto de que pudiera tratarse de un pecado, y remite todos los inconvenientes al terreno de las exigencias de la naturaleza. Cuando el propio genio del hombre le manifiesta una necesidad de satisfacción, entonces él se imagina que hace algo loable si mediante su inteligencia y talento siempre encuentra medios para la satisfacción de toda clase de exigencias que le impone su naturaleza. Si el animal tiene que satisfacer su naturaleza de una manera bruta conforme a su instinto, porque no tiene inteligencia ni talento, tanto más el hombre se distingue de lo animal natural.
Por eso el intelecto del hombre civilizado dice: “¿Quién puede considerar por pecado si el hombre mediante su inteligencia se edifica una casa preciosa para habitarla, cambiándola contra una cueva o un árbol hueco? ¿O si el hombre hace injertos en sus árboles frutales para que estos produzcan manzanas y peras dulces en vez de ácidas?
¿Quién puede considerar como pecado si el hombre construye un carro y domestica a los caballos, para que pueda viajar más cómodamente que andando a pie? Y tampoco se le puede tomar en mal cuando se sirve de los frutos naturales y los cuece, y los condimenta para alimentarse de ellos.
¿No será que las cosas en el mundo estén creadas para otro que para los hombres, para que él las use de manera más adecuada?
¡De cuántas cosas bonitas y útiles dispone el hombre para su comodidad y para regocijarse! ¿Acaso habría que reprocharle que mediante su inteligencia honra a su Creador, porque de lo contrario el globo terráqueo continuaría todavía yermo en un desorden caótico?
Como no es posible que al hombre se le impute como delito el haber cultivado los campos de diversas maneras, aunque sea sólo con el fin de una consumición más cómoda o más gustosa de las cosas del mundo, al otro lado tampoco se le podrá reprochar si se facilita un placer del acto de procreación más refinado, dado que incluso el hombre más culto en este acto se distingue lo menos del animal... De modo que debe ser posible que también se pueda satisfacer este instinto sexual de una manera más noble y fina - y eso por la misma razón por la que se construye casas más cómodas, ropa más fina y comida más gustosa.
Suponemos el caso que un hombre de clase culta para su satisfacción tenga la alternativa de poder escoger una de dos mujeres. La una es una moza campesina ordinaria y sucia, mientras que la otra es hija de una casa respetable, bien educada y bien vestida que, además, tiene buena apariencia y está bien hecha.
¿Por cuál de las dos el hombre se va a decidir? Seguro que esta decisión no le causará un rompecabezas: se decidirá por la segunda porque la primera le dará ascos.
De modo que también ahí se ve que una refinación de las cosas está muy acertada; pues, mediante ella el hombre manifiesta que es un ser más sublime que posee la facultad y el poder de limpiar todo lo sucio y desagradable, para refinarlo en algo más agradable.
Como el hombre, tanto como la mujer, en su interior siente frecuentemente una gran necesidad de satisfacerse, no se puede decir que se sirve más de lo debido de sus facultades intelectuales si él mismo pone los medios que le pueden servir para satisfacer sus instintos sexuales: o el coito vacuo con mujeres o la masturbación o, al extremo, la así llamada pederastía...
Porque precisamente en esto el hombre se distingue mucho de los animales... pues, sabe otros medios para satisfacer este instinto que es el más natural de todos - y no sólo aquel que le otorgó la naturaleza bruta... Con lo que incluso burdeles bien condicionados sólo pueden honrar al intelecto humano y ni mucho menos deshonrarle”.
A esto, mirándolo en el sentido natural, ¿qué podríamos objetar?», observa el guía. «Porque es evidente que el animal no puede servirse de semejantes astucias para la satisfacción de su instinto natural, con lo que se ve que ahí no se puede negar cierta maestría del intelecto humano.
Y aparte de esto los animales tienen su temporada, fuera de la cual este instinto no se manifiesta en ellos.
Pero, en realidad, ¿qué es todo ese refinamiento? - Aquí tenemos una pregunta corta y precisa cuya respuesta ya será más amplia y de mayor alcance.
Consta que la causa de todo este refinamiento no es sino la fastidiosa sed de placeres... Y sabemos que esta es un engendro del amor propio que es muy afín con el afán de dominar, con el que va de brazo.
Es verdad que en una casa confortable se puede vivir más a gusto que en una choza de barro. Pero miremos a sus habitantes: ¡Con lo presumido que se comporta el habitante de un palacio! El habitante humilde de una choza, mientras tanto, se inclina con respeto ante tal señor suntuoso.
Y miremos a los habitantes de una gran capital, comparándolos con los de un pueblo: Los de la capital ya no tienen remedio porque están fuera de sí por sed de placeres... todos quieren pasárselo bien, quieren divertirse, relucir y también dominar un poco, mientras que esto le resulte posible. Pero cuando un pobre campesino viene a la ciudad, a cualquier limpiabotas tiene que hablarle al menos de “Su Señoría”, para evitar de exponerse a alguna grosería.
Pero si vamos al pueblo, allí, entre los vecinos pacíficos, no encontramos a ningún amo que permita que le llamen “Su Señoría”. Entonces, qué es preferible, ¿si un campesino habla al otro de “hermano”, o si en la ciudad un menos rico al adinerado le habla de “Su Señoría”?
Yo creo que ni hará falta demorarnos más tiempo con semejantes disparates del refinamiento surgidos del intelecto humano, con lo que ahora mismo vamos a pronunciar la máxima esencial:
Tras detallada observación, todos esos refinamientos sedientos de satisfacción resultan en mera idolatría; pues, no son sino ofrendas del espíritu humano a la parte física de la naturaleza que de por sí está muerta.
Pero si estos refinamientos son idolatría, entonces también son mera prostitución; y tan sólo por las tendencias que manifiestan ya queda claro que no entran en la esfera de la pudicicia.
¿Por qué Babel fue llamada una “prostituida”? Porque allí se practicaba toda clase de refinamientos imaginables. Por eso “entregarse a la prostitución” en el sentido propio quiere decir: entregarse a la impudicia a más no poder. Por eso un hombre rico que se casó con una mujer sólo porque es bien hecha y voluptuosa, y por el placer que le produce, es un verdadero fornicador y ella una verdadera prostituta.
En este sentido se enseña también a estos niños de aquí qué, en el fondo, es la impudicia: un mero egoísmo y una mera sed de placeres.
Era necesario aclararos esta Ley más profundamente, también a vosotros, porque por ninguna ley el hombre pasa tan fácilmente por alto que precisamente por esta.
Supongo que también esto os ha quedado claro, con lo que ya podemos continuar a la sétima sala.
Fuente: El Sol Espiritual recibido por Jakob Lorber, Tomo 2, capítulos 79 - 81